sábado, 29 de agosto de 2009

"El amor a los libros" (II) Artículo publicado en El Sueco el 29 de julio de 1911

En vista del éxito, copio a mano el artículo originalmente publicado en el periódico local "El Sueco" el 29 de julio de 1911.


EL Amor a los libros.


Hace tiempo, alguien escribió contra la pésima costumbre de muchos que, a pesar de su afición a la lectura y de sus medios, jamás compran un libro.

Las causas de esta costumbre ó mejor de esta falta de costumbre de comprar, son muchas y muy complejas.

las principales me parecen las siguientes: no se considera todavía la "librería" como un " mueble" necesario al decoro de la casa, ni el libro pasa como objeto de ornato; se ama la lectura pero no se ama al libro.

En efecto, de todos los muebles, los que menos se venden son los estantes.

Muchos no comprenden por qué deben guardarse los libros una vez leídos. Asó que, frecuentando las librerías, se oye a cada paso decir: - De buena gana leería este libro.- ¿ Por qué no lo compra usted?- ¿Qué por qué no lo compro? ¿ Y qué voy a hacer yo con él después que lo haya leído?

No siendo para estos el libro más que verdadero estorbo una vez leído, tienen razón al no querer gastar y embarazar la casa con papel emborronado.

En la mayor parte de las casas se ven colecciones de conchas, de huevos, de pedruscos, de sellos extranjeros y hasta de cajas de cerillas, pero es difícil encontrar colecciones de libros.

En ninguna falta alguna cosa que haga recordar que se come, se juega, se duerme y se toca; pero no hay nada que recuerde que también se lee. Y es que mucho si llegan a verse esparcidos por aquí y por allá, sobre las mesas, una veintena de libros, cuya tercera parte corresponden al niño que va a la escuela, y los otro cuatro o cinco a algún gabinete de lectura. Los poquísimos que quedan, única propiedad literaria de la casa, están sucios, descosidos y con las primeras páginas llenas de cifras y monigotes. Se sirven de ellos para apagar la luz, arrancar sus hojas para encender la lumbre y también para proveer de papel departamentos de la casa que deben estar provistos de este artículo.

- ¿ Por qué destrozaís este libro?

- ¡ está bueno¡ ¡ Por qué no ¡ os respionderán; ¡ si todos lo hemos leído y releído mil veces ¡

Una casa sin librería es una casa sin dignidad- se parece en cierto modo a una fonda,- es como una ciudad sin libreros, o un pueblo sin escuelas, o una carta sin ortografía.

¡ Qué hermosa es una biblioteca ¡ ¡ Cuantas cosas puede ver y cuánto gusto puede sacar, aún el que lee sólo por puro pasatiempo, sí tiene un poco de sentimiento y de imaginación¡

Los fruros más admirables del ingenio humano están aquí recogidos en pequeñísimo espacio y al alcance de la mano. Frutos de inspiraciones divinas, de meditaciones y de estudios que señalaron con precoces arrugas las frentes más nobles de la humanidad: frutos de las más espléndidas imaginaciones se hallan reducidas a la forma de pequeños paralepípedos, aprisionados entre ocho aristas diferentes por la época, países, lengua, matería y dignidad; numerados y ouestos en fila como un ejército. Un comportamiento me ofrece los siglos pasados, otro me transporta a países lejanos, éste me toca al corazón, el de más allá excita la risa, me hace soñar un tercero, un cuarto me hace pensar y un quinto satármese las lágrimas sin querer. Puedo elegir según el humor, es una farmacia moral, y hay medicamentos para los días ásperos y duros y para los días serenos, otros para la flojera moral, y a su lado para los días en que domina la furia del trabajo.

A la variedad de las materias corresponde la variedad de los puntos de vista.

De un lado los colores: diccionarios y grandes obras ilustradas que forman la osamenta de este pequeño mundo. Hay filas compactas de volúmenes membrudos de color oscuro, viejas ediciones económicas de obras clásicas, modestas en su aspecto, pero llenas de vital alimento, como en el mundo real los hombres de verdadero mérito. Debajo de estos, la aristocrácia de las encuadernaciones, la clase privilegiada de la biblioteca, revestida de pieles relucientes y con arabescos de oro. Luego la juventud elegante y alegre, el tomo sonrosado de Lemonier, el turquí de Barberá, el rojo anaranjado de Hachete, el amarillo claro de Levy, cien colores en cien ediciones coquetas que tiran a seducir la vista. Largas filas de pequeños volúmenes y pobres vienen luego, formando la plebe menuda de la biblioteca, mirada con indiferencia y tratada con escasos respetos. Más abajo las ediciones diamantes, gentezuela inquieta que va y viene de la ciudad al campo, en ferrocarril, en coche, del bolsillo a la maleta y de esta a la mesa de noche, concentrándose con ocupar algún retazo del día.

En toda esta multitud tenemos nuestras simpatías, viejos amigos, los amigos de ayer, maestros, los bienechores, los malos consejeros, las cabezas perdidas, los rogorístas, los fastidiosos, los bufones, los parásitos, los predicadores, los zizareños y los consoladores, y por último, en el fondo, apenas elevado cuatro dedos sobre el pavimiento, el cementerio, donde yacen en confuso montón, desencuadernados y cubieros de polvo, libritos y opúsculos de todas formas y colores, que vivieron un día o una hora tan sólo en nuestra mente, esclavitudes del espíritu, como dice Gerrazzi, aburrimiento del ingenio humano; poesías con motivo de casamientos, primeros ensayos de poetas fallidos, novelas raquíticas, almanaques libelos, imitaciones, plagios, caprichos, bromas, restos de literatura destinados al mostrador del estanquero o a la cesta de la basura.

Edmundo de Amicis.

Sueca, 29 de julio de 1911. " El Sueco"

"El amor a los libros" (I). Artículo publicado en El Sueco el 29 de julio de 1911



No sé qué ha pasado. Antes ha copiado el artículo y ahora no se ve. Vuelvo a intentar ponerlo.